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Erase una vez, que en una aldea
llamada Segunda vivían
tres gorrinillos llamados Dimitri, Paco y Antonio. Dimitri como era el más rico
de todos tenía una moderna casa de
ladrillo, Paco vivía en una cabaña de madera y Antonio tenía por
casa una chabola de paja. Cerca de ellos vivía un lobo llamado Celestino.
Celestino había trabajado muy duro para poder pagar la entrada de su nueva casa en una urbanización de
lujo para su familia. Los cerditos que eran un poco envidiosillos se
enfadaron al ver que el lobo dejaba el barrio marginal para vivir
en la urbanización a la que todos querían ir. Temerosos de no poder
conseguirlo ellos también por si mismos se reunieron y juntos tramaron un plan
para usurpar la casa en la que el
pobre Celestino había puesto tanto esfuerzo y sacrificio.
Ni
cortos ni perezosos los tres puercos, que además de envidiosos eran
también un
poco cobardes, cuando el Celestino ya preparaba la mudanza acudieron
raudos y veloces ante las autoridades para que le quitaran la nueva
casa. Acusaron a Celestino de contratar a un aprendiz de albañil que no podía
trabajar en la obra las tres últimas jornadas. La casa - decían - les
correspondía a ellos "¡que eran mucho más honrados!". Sin
escuchar a
Celestino
los jueces concedieron el desahucio y los cerditos no perdieron ni un segundo y corrieron felices a instalarse en la
casa de Celestino para convertirla en una pocilga en la que poder regodearse
bien en su inmundicia. Dimitri y Antonio ocuparon su nueva
residencia eufóricos y orgullosos, alabando la justicia cual "Farruquitos"; pero
poco les duró la alegría ya que recibieron el justo castigo a su avaricia
un año después cuando, por no poder mantener su nueva residencia, fueron obligados a volver a la chabola de la que
nunca debieron haber salido.
Celestino
desde su casa vigila y, pacientemente, aguarda un mínimo
descuido de alguno de los tres despreocupados cerditos que le permita al
fin obtener su ansiada
venganza.
Y
colorín colorado este cuento ... aún
no ha acabado. |
